Yo te seré propicio en Roma
- Ignacio Jesús Torres Gozalo
- 12 ago
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Actualizado: 15 ago
Navalcarnero participa en el Jubileo de los jóvenes

Era el año del Señor de 1537. Ignacio de Loyola, entonces un simple peregrino al que se le habían unido unos pocos compañeros, caminaba a Roma al encuentro del Papa Paulo III. Pretendía exponerle que Dios le pedía hacer una nueva fundación. Le recomían las dudas. A pocos kilómetros de la ciudad tuvo una visión de la Trinidad en la que ésta le decía: “yo te seré propicio en Roma”.
Quinientos años más tarde, los jóvenes de Navalcarnero no tenemos otras palabras: íbamos inquietos a un viaje que, por el reto de recibir a un millón de jóvenes en la Ciudad Eterna, por lo diversos que éramos los que formábamos este grupo, estaba repleto de incertidumbres. Y Dios nos fue propicio en Roma. Desde el primer momento su mano amorosa se hizo patente en los muchísimos detalles de amor que Él tuvo con nosotros. El cambio de lugar de alojamiento que nos comunicó la Diócesis cuarenta horas antes de volar fue una bendición para nosotros. La acogida en N. S. de Fátima no pudo ser mejor: una parroquia de periferia, pequeña, muy acogedora, en la que estuvimos los veinte navalcarnereños –sin otros grupos– siempre acompañados por diez jóvenes italianos que se encargaron de nosotros dándolo todo junto a su buen párroco, el hondureño P. Byron: cocinaban para nosotros cena y desayuno, preparaban la mesa evitándonos comer en el suelo: y lo mejor de todo, teníamos al Señor a nuestro lado en una iglesia abierta 24/7.

Si el alojamiento fue de lujo para lo que son estos eventos, podemos decir lo mismo del transporte: nos coordinamos perfectamente entre trenes, metro, buses y coches de alquiler compartido para llegar a todas partes y disfrutar tanto de los eventos jubilares como de las atracciones turísticas de Roma. Eso sí, para los seminaristas y D. Ignacio, que se encargaban de guiarnos con googlemaps, fue toda una gimcana. Juan siempre encontraba para nosotros el mejor lugar para comer y gastar nuestros tiques de diez euros. No se nos escaparon ni el Coliseo, ni las cuatro basílicas mayores con las reliquias de San Pedro y San Pablo, ni las catacumbas de los mártires, ni el centro de la ciudad con sus monumentos. ¡Qué privilegio haber podido rezar en el Gesù, junto al sepulcro de San Ignacio, el mismo día 31 de julio! Algo nos dejamos, porque nuestro párroco, empeñado en cuidar nuestro sueño –y el suyo– no nos llevó al Trastévere.

Quedan grabadas en nuestra alma la misa de la Diócesis de Getafe en San Pablo Extramuros, el encuentro de los españoles en la plaza de San Pedro, y sobre todo el gran acontecimiento de Tor Vergata: la Vigilia de Oración y la misa del Domingo junto al Sucesor de Pedro. Sí, sufrimos penurias de cansancio, calor, aglomeraciones y la fina lluvia que empapó los sacos a las dos de la madrugada, justo cuando por fin podíamos dormir, porque los del Camino y esos otros peregrinos dejaban de corear, los unos alabanzas a Dios y los otros alabanzas más humanas –esa afonía te la mereces de penitencia–. No fue lo más cómodo del mundo Tor Vergata, pero poder ver al papa que pasó a nuestro lado, escuchar sus discursos alentándonos a vivir la vida desde la fe y desde el deseo de llegar al cielo, y compartir nuestro “ser en Cristo” con ese millón de jóvenes venidos de todo el mundo, fue la mejor de las recompensas. Al caer el domingo tocó descanso y tarde boba, por la noche pizzas, otra vez; el lunes la Basílica de San Sebastián, catacumbas y más Roma. El martes, por fin, pasamos la Puerta Santa de San Pedro y tuvimos misa en español en el altar de la Catedra, presidida por el arzobispo de Arecibo, D. Alberto Figueroa. Luego San Juan de Letrán, que nos faltaba, y por la tarde la vuelta a España.


